Fragmento del libro "El paraíso perdido" de John Milton, publicado en 1667.
Dios acaba de expulsar a Lucifer del cielo, éste se levanta y debe dar un discurso para arengar a los diablos expulsados junto a él. Un discurso lleno de falacias en la que les convence de pelear por el Infierno al haber sido expulsados del Paraíso.
(...) Se enderezó de pronto sobre el lago, mostrando su poderoso cuerpo; rechaza con ambas manos las llamas que abren sus agudas puntas, y que rodando en forma de olas, dejan ver en el centro un horrendo valle; y desplegando entonces las alas dirige a lo alto su vuelo y se mece sobre el tenebroso aire, no acostumbrado a semejante peso, hasta que por fin desciende a una tierra árida, si tierra puede llamarse la que está siempre ardiendo con fuego compacto, como el lago con fuego líquido (...).
(...) «¿Es ésta la región, dijo entonces el preciso Arcángel, éste el país, el clima y la morada que debemos cambiar por el cielo, y esta tétrica oscuridad por la luz celeste? Séalo, pues el que ahora es soberano, sólo puede disponer y ordenar es lo que justo se contempla; lo más preferible es lo que más nos aparte de él; que aunque la razón nos ha hecho iguales, él se nos ha sobrepuesto por la violencia. ¡Adiós, campos
afortunados, donde reina la alegría perpetuamente! ¡Salud, mansión de horrores! ¡Salud, mundo infernal! Y tú, profundo Averno, recibe a tu nuevo señor, cuyo espíritu no cambiará nunca, ni con el tiempo, ni en lugar alguno. El espíritu vive en sí mismo, y en sí mismo puede hacer un cielo del infierno, o un infierno del cielo. ¿Qué importa el lugar donde yo resida, si soy el mismo que era, si lo soy todo, aunque inferior a
aquel a quien el trueno ha hecho más poderoso? Aquí, al menos, seremos libres, pues no ha de haber hecho el Omnipotente este sitio para envidiárnoslo, ni querrá, por lo tanto, expulsarnos de él; aquí podremos reinar con seguridad, y para mí, reinar es ambición digna, aun cuando sea sobre el infierno, porque más vale reinar aquí, que servir en el cielo. Pero, ¿dejaremos a nuestros fieles amigos, a los partícipes y compañeros de nuestra ruina, yacer anonadados en el lago del olvido? ¿No hemos de invitarlos a que compartan con nosotros esta triste mansión, o intentar una vez más, con nuestras fuerzas reunidas, si hay todavía algo que recobrar en el cielo, o más que perder en el infierno?» (...)
sábado, 21 de enero de 2012
Ser un buen orador
Extracto del libro "Aprender a hablar en público hoy" de Juan Antonio Vallejo-Nágera, páginas 22 y 23. En él trata dos ejemplos de "buenos" oradores:
(...) Entre las personas que usted ha admirado al verlas deslumbrar al grupo, con un chiste magistralmente contado o una anécdota memorable, hay dos tipos por completo distintos; uno es el que acabamos de describir, que tiene 'exceso de facultades' y las emplea sin medida. Suele ser un tímido hipercompensado, está impulsado por un narcisismo insatisfecho, por una necesidad interna de demostrar TODO EL TIEMPO lo ingenioso que es, y lo bien que se expresa, o lo mucho que sabe; y después de la primera buena impresión acaba hastiando.
El otro es el que interesa imitar. Es una persona mucho más discreta, cuenta el chiste o la anécdota, o hace el alarde de información o de cultura que le han solicitado..., pero después deja cortésmente el turno a los demás. También deslumbra, pero nunca agobia. Acapara la atención cuando se lo solicitan, y lo hace de un modo grato. No se impone a destiempo. (...)
(...) Entre las personas que usted ha admirado al verlas deslumbrar al grupo, con un chiste magistralmente contado o una anécdota memorable, hay dos tipos por completo distintos; uno es el que acabamos de describir, que tiene 'exceso de facultades' y las emplea sin medida. Suele ser un tímido hipercompensado, está impulsado por un narcisismo insatisfecho, por una necesidad interna de demostrar TODO EL TIEMPO lo ingenioso que es, y lo bien que se expresa, o lo mucho que sabe; y después de la primera buena impresión acaba hastiando.
El otro es el que interesa imitar. Es una persona mucho más discreta, cuenta el chiste o la anécdota, o hace el alarde de información o de cultura que le han solicitado..., pero después deja cortésmente el turno a los demás. También deslumbra, pero nunca agobia. Acapara la atención cuando se lo solicitan, y lo hace de un modo grato. No se impone a destiempo. (...)
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